Las Tecnologías de la Información y de la comunicación no son una metodología en sí mismas. No existe ningún artilugio tecnológico, ordenador, tableta o dispositivo móvil, ni siquiera existe un programa o aplicación que tenga un botón que automatice el cambio metodológico. Tampoco han inventado la tecla que abra la puerta al mundo de la innovación.
Las tecnologías, en sí mismas, no innovan ni proporcionan metodologías más activas, más participativas ni más adaptadas al estilo de aprendizaje de nuestro alumnado. Utilizar software libre o propietario puede suponer un cambio en la ideología tecnológica pero no supone una innovación educativa, como tampoco lo es el uso de tal o cual procesador de palabras sino la intención con la que se usen. La robótica o el pensamiento computacional, tan en boga ahora, no innovan por computacional, sino por pensamiento.
Cada una de las acciones educativas que pueden encajarse en la pirámide del aprendizaje de Glasser y que estáis viendo pasar en la proyección tienen, al menos, una (y generalmente muchas) referencia facilitadora en el mundo de las herramientas web2.0 o de las aplicaciones androides . Sin embargo, no son las aplicaciones las que enseñan sino su uso adecuado el que potencia el aprendizaje.
Los distintos modelos de integración de las TIC que hemos conocido hasta ahora: un aula de ordenadores, un ordenador por cada alumno, aulas conectadas multimedia con su PDI no suponen más cambio que el hecho de la presencia tecnológica, pero no hay botón en la parte trasera, el botón está en otro sitio.
Son la pedagogía, la filosofía educativa y hasta la ideología educativa las que permiten crear nuevos entornos y paradignas de aprendizaje. Y ni siquiera ellas. Porque el motor es la intención docente. Es el estilo docente el que favorece todo un ecosistema educativo en el que es posible el aprendizaje y la adquisición de competencias porque sus factores boióticos son propicos.
Y para que sean propicios, el estilo docente individual tiene que estar predispuesto (y eso se consigue con la formación inicial, en el proceso de selección y mediante la formación permanente. Pero sobre todo tiene que existir un estilo docente colectivo, que emana de proyectos o planes de centro y programas institucionales que los fomenten.
Llevamos demasiado tiempo, década y media por lo menos, intentando cambiar una vocal en unas siglas y dos conceptos en la integración de las tecnologías. Pasar de las TIC (tecnologías de la información y de la comunicación) a las TAC (tecnologías del aprendizaje y del conocimiento) nos está costando tanto que hasta se ha caído una letra del rótulo y la N de nuevas ya no la encontramos porque han dejado de serlo.
Incidir en la metodología, en la capacidad de mediación que tienen las TIC para conseguir un cambio metodológico innovador y significativo en lo que al aprendizaje se refiere es lo que favorece la transición de unas tecnologías de uso general a unas TAC de entorno eminentemente educativo y, cuidado, que las TEP, las tecnologías del empoderamiento y la participación nos vienen pisando los talones.
Como responsables de formación en los centros, en los CIFES y en la administración nos quedan muchos retos pendientes, entre ellos favorecer el uso de las TAC como una especia que mejora el sabor de la práctica docente y potencia el gusto de la innovación educativa.
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